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“Lo que no fue canción”

Andrea Cruz, presenta “Lo que no fue canción” su primer texto de poesía acompañado de una exposición donde se crea un recorrido entre los XXXI escritos de su primera publicación. Esto con el fin de crear una experiencia accesible y libre de costo para toda persona que desee adentrarse a la cosmovisión de la artista a través de la experiencia multisensorial.

La sala del Centro Cultura Carmen Solá de Pereira en Ponce, Puerto Rico estará abierta al público general libre de costo durante el mes de junio 2021 libre de costo.

Decimos inconcluso como si dijéramos fracaso, porque hemos olvidado que no todo ha de ser con ducente a algo, que no todo ha de ser productivo, que no todo precisa de un final. En la era donde  nos adjudicamos valor en tanto y en cuanto hacemos, la obra de Andrea Cruz nos recuerda —con la  fuerza silvestre y sutil de un pétalo que hiere y acaricia— que basta con ser. Así, sin más.  

La colección de textos, frases, fragmentos, poemas que aquí se nos presentan como palabras que  “casi casi fueron canción”, nos invitan a celebrar el valor de los instantes, de las experiencias incon clusas, de la valentía de intentar algo, probarlo y continuar. Esas casi casi experiencias, esa gracia  y a veces tormento que le es natural a lo inconcluso, define la vida tanto o más que aquello que  decidimos o logramos completar. ¿Quién dice que un fragmento no es un destello de una luz mayor?  ¿Quién dice que no podemos vivir el mar en la gota o descubrir el sonido de la costa en el espiral de  un caracol? La totalidad que somos se acomoda libremente en esos retazos, esos fragmentos del ser  que dejamos a nuestro paso, en esas experiencias que quedan ahí porque su naturaleza siempre será  el punto suspensivo y jamás el punto final.  

En estas páginas abundan las flores y las evocaciones de nuestras ancestras —abuelas, madres,  viejas— que tanto han dejado a mitad por ayudar a completarnos. Hay también gente que no es más  que un pozo y recibe inmerecido trato de manantial, palabras que se degluten de madrugada para que  no haya empache de silencios en las noches. También hay una voz narrativa que se pregunta, que  insiste, que se cuestiona: ¿Para qué cantará? ¿Para qué comenzar? ¿De qué sirve tanta inutilidad?  Hay como en toda cosa viva: tanta belleza, tanta sombra. 

La autora quizás responde a esas preguntas de la única forma posible: maldice lo instantáneo. Con vierte sus venas en bolsillos, su sangre en tesoro del telar que es el cuerpo, y reniega del destino  poético y cantor: ella no va a llorar estrellas. No va a hacer agua y llanto su luz. Al contrario, dejará  que le habiten todos los sonidos del mundo en la cabeza y hará lo único que puede hacer una poeta,  una cantautora: crear la vida con palabras, trenzar las palabras con poesía, con sonido, con su voz.  

Solo así es posible alcanzar la promesa de una paz pequeñita, una paz que no es más que un bocado,  el alimento mínimo para el espíritu inquieto. El pan de paz prometido.  

Conocí a Andrea Cruz hace unos años y hace unos años la escucho cantar. Es aiboniteña como yo y  reconozco en ella la mirada de la montaña, el sonido de la tierra tan familiar y la urgencia de crear,  armar, construir una voz para escapar de algún lugar que una nunca acaba de entender dónde queda.  

Casi siempre la palabra pide la voz alta de la canción, pero esta vez es la propia sonoridad y ritmo  poético de sus palabras, la que reclama la voz baja de un libro, la intimidad de un libro, la calidez de  un libro, la triangulación perfecta de un par de tapas de cartón rellenas de palabras, esa casa que son  los libros cuando los volteamos y nos dejamos cobijar. Y es desde la voz baja de estas palabras que  la celebro, la acompaño y se me llenan las yemas de los dedos de flores para presentarles su obra. 

Ana Teresa Toro